miércoles, 25 de noviembre de 2009

Mamushka


  Me encontraba dormida. Tenía ese sueño liviano de quien sabe que debe levantarse en pocos minutos y le espera un día complicado. Mi madre se asomó a la puerta de mi habitación y a modo de despertador dijo: Alma, son las 7. Me levanté, me vestí, fui al baño, me lavé la cara, pero algo parecía diferente. Mi cama era la misma, mi habitación estaba exactamente como la dejé la noche anterior, mi madre seguía teniendo la misma voz. Había algo extraño, no podría asegurar qué, pero de pronto comprendí: -estoy soñando, esto no es real... necesito despertarme!!!-.


  No se por qué pero me aterraba que esa mañana fuera sólo un sueño y quería ponerle fin al asunto. Deseaba con fuerza que se terminara la farsa y comenzara el día real. Y parece que al desearlo con tanta firmeza sucedió. Mi madre se asomó a la puerta para despertarme y nuevamente me levanté, me vestí y demás, pero otra vez notaba que todo era diferente, que no era cierto; seguía zambullida en el sueño. Salir de Mayala y entrar al mundo real parecía una tarea imposible.

  Una y otra vez mi madre decía que eran las 7, una y otra vez me levantaba, una y otra vez me daba cuenta que estaba soñando. Me enfrentaba a la Mamushka de las pesadillas; cada uno de mis sueños contenía dentro uno similar, y estar consciente de ese hecho hacía que la pesadilla que encerraba a las anteriores fuera cada vez más grande.

  Luego de varias iteraciones, comprendí que el método de hacer mucha fuerza con la mente no era eficaz para despertarse. Fue entonces que recordé una premisa que asegura que al morirse uno en un sueño despierta en la realidad, incoherencia que expresa una verdad irrefutable en mi universo paralelo. Acto seguido me tape con ambas manos la boca y la nariz para dejar de respirar y por lo tanto terminar con mi vida en Mayala y comenzar un nuevo día en la realidad. No fue inmediato, hay una mezcla de escenas oscuras que no recuerdo, pero al parecer este nuevo plan había dado resultado.

  Me desperté de un modo diferente al que esperaba, mis manos ya no estaban obstruyendo mi respiración, de hecho nunca lo estuvieron. Tenía los brazos rectos y tensionados, cerraba mis puños con tal fuerza que las uñas se clavaban dolorosamente en mi carne. No fue un despertar agradable en absoluto, pero al menos mi madre no vino a decirme que eran las 7 (eso hubiera sido escalofriante).

  Es curioso que a menudo, dentro de nuestro universo paralelo, estemos conscientes de que todo es un sueño. A veces queremos escapar como en mi pesadilla, nos sentimos pegados a una telaraña de espanto, atrapados en el interior de la Mamushka más pequeña, prisioneros a su vez de todas las demás. Pero están también esas bellas ocasiones en que nos quedamos a disfrutar de un mundo donde lo imposible es lo habitual. Entonces fingimos que la fantasía es real y elegimos permanecer endulzados en una fascinante historia de amor o seguir las últimas pistas de un misterio que deseamos dilucidar un segundo antes de que el despertador diga la última palabra.

  La lógica onírica me resulta apasionante e intrigante; disfruto de la seguridad de que nunca voy a entenderla, de que puedo disfrutarla en el misterio, como al admirar una obra de arte o al escuchar una canción. Desconocer total o parcialmente los motivos y el significado del sueño, las musas del artista o la inspiración del compositor, nos permite darle nuestro propio sentido, elegirle una historia, un valor. Y es más, no hace falta decidir cual lógica nos gusta más, si la de los sueños o la real, ya que la realidad contiene a los sueños y los sueños a la realidad, como una extraña Mamushka en la que todas las muñecas son a la vez la más grande y la más pequeña.

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